La arquitectura moderna, las marcas y los espacios laborales comparten un fenómeno común: los apodos. Londres es un ejemplo perfecto, con su horizonte dominado por edificios icónicos que reciben nombres curiosos como The Gherkin (el Pepinillo), The Walkie-Talkie y The Cheesegrater (el Rallador de Queso). Estos apodos, que a menudo comienzan como críticas, terminan generando un vínculo emocional entre las personas y las estructuras. El rascacielos más alto de la ciudad, The Shard, fue bautizado así tras ser descrito como “una astilla de vidrio en el corazón del histórico Londres”. Ahora, es un símbolo querido y reconocible de la ciudad.
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El negocio de los apodos: Cuando ayudan a las marcas y a los empleados. Y cuando perjudican
Escrito el 30/12/2024
5 minutos
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